Lima, la ciudad donde la lluvia es un milagro y el desierto florece sin agua

Imagine una ciudad costera con más de 10 millones de habitantes, donde es normal vivir sin paraguas y donde una llovizna ligera puede provocar titulares en los noticieros.

La capital del Perú, un lugar donde la frase "nunca llueve" no es solo un dicho popular, sino una descripción casi literal de su clima. En todo el siglo XX y lo que va del XXI, solo en contadas ocasiones como 1925 y 1970, la lluvia ha sido verdaderamente noticia.

Lima se encuentra situada entre los imponentes Andes y el Pacífico, en uno de los desiertos más áridos del mundo: una franja costera que se extiende desde el desierto de Sechura en Perú hasta el desierto de Atacama en Chile. A pesar de su ubicación tropical, Lima apenas recibe unos 50 milímetros de precipitación al año, en forma de una llovizna fina y persistente conocida como garúa, que apenas moja el suelo pero satura el ambiente con una humedad que puede alcanzar el 95%.

¿Por qué no llueve en Lima?

La explicación está en un cóctel climático único: los vientos alisios que llegan del Atlántico descargan su humedad al chocar con los Andes y dejan el lado occidental seco, lo que se conoce como “sombra de lluvia”. A eso se suma la corriente fría de Humboldt que recorre la costa peruana y limita aún más la evaporación y formación de nubes de lluvia. El resultado es una ciudad gris, con cielo nublado durante gran parte del invierno, pero donde las tormentas son prácticamente inexistentes.

Vivir entre la niebla

La garúa, sin embargo, juega un papel vital en el ecosistema local. Durante los meses de invierno (de mayo a noviembre), alimenta las lomas costeras, áreas semiverdes del desierto donde pastan cabras, vacas y ovejas. Desde los años 90, comunidades locales han implementado sistemas innovadores de captación de agua de niebla mediante redes de polipropileno que condensan el vapor de agua de la bruma. Esta tecnología ancestral y moderna a la vez, proporciona agua para consumo humano y riego de huertos.

De civilizaciones antiguas al auge agrícola

La aridez de Lima no fue un obstáculo para las culturas precolombinas como los mochicas y chimúes, que desarrollaron impresionantes sistemas de irrigación comparables a los del antiguo Egipto. Gracias a ellos, el desierto se transformó en un oasis agrícola donde hoy prosperan cultivos como uvas, aceitunas, espárragos, algodón y caña de azúcar. Muchas ciudades actuales aún dependen de acueductos milenarios, y más de la mitad de la población del país vive en esta fértil franja costera.

Cuando sí llueve… y el desierto florece

Aunque Lima parece ajena a la lluvia, existe una excepción: el fenómeno de El Niño. En años como 1983 y 1997-98, las lluvias torrenciales provocadas por el calentamiento del océano Pacífico han causado inundaciones devastadoras. Pero también transforman el paisaje: los desiertos se visten de verde, brotan flores y pastos, y se forman lagunas efímeras, como ocurrió en el Sechura con el famoso “lago La Niña”, de 300 kilómetros de largo.

El guano, el oro blanco del Perú

Otro fenómeno curioso que nace de este clima tan particular es la formación del guano. Las miles de aves marinas que habitan las islas frente a la costa peruana, como pelícanos y piqueros, han acumulado por siglos sus excrementos en montículos de hasta 30 metros de altura. Este fertilizante natural fue uno de los principales productos de exportación del Perú en el siglo XIX. Hoy en día, su uso se ha reducido, pero sigue siendo un recurso valioso y orgánico, producido a ritmo natural por las aves del Pacífico.

Lima, entre la niebla y el mar

A pesar de la garúa, el gris del cielo y el frío húmedo del invierno, Lima tiene un encanto que atrapa. En verano, cuando el sol asoma tímidamente y las temperaturas alcanzan los 27 °C, los limeños se lanzan a disfrutar de sus playas. Es también una ciudad vibrante, con una de las escenas gastronómicas más reconocidas del mundo, ruinas preincaicas bien conservadas por la falta de lluvia, y barrios llenos de historia y sabor.

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Un destino para los curiosos del clima

Lima no es una ciudad cualquiera. Es un testimonio de cómo la humanidad puede adaptarse, resistir y prosperar en condiciones que parecen imposibles. Para el viajero curioso, esta capital costera no solo ofrece ceviche, pisco y huacas milenarias, sino también la experiencia de caminar por una metrópoli donde la lluvia es un fenómeno casi místico y la vida brota del desierto gracias a la ingeniosa relación del hombre con la naturaleza.

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